sábado, 13 de agosto de 2011

Chepe El Triste


CAPITULO I
Jamás supe en qué fecha nací es por eso que en toda mi vida nunca he celebrado mi cumpleaños ni muchos menos se cuantos tengo.
Los pocos recuerdos de mi niñez es que tenía una hermanita y conviví con ella poco tiempo, en ese mal logrado hogar era una regla de que la criatura que cumplía los cuatro años lo regalaban.
Y yo no fui la excepción, por esa razón,  no me relacione con mi familia porque  creo que si los tengo, además ninguno conoció a su padre de esa manera comenzó mi niñez, ya no recuerdo a las personas que me acogieron en sus hogares por que fueron varios y no sé por qué motivo aproximadamente a los seis años tome la calle como si fuera mi hogar y empecé a vivir de indigente, de la caridad pública o de las sobras de comida de los comedores y muchas veces de lo que sacaba de los barriles de la basura, dormía en los portales o aceras de los edificios de la ciudad.
En varias ocasiones fui maltratado, golpeado y violado por los demás indigentes y más o menos entre seis o siete años de edad no podía defenderme, mi único consuelo era llorar amargamente, suplicaba e imploraba piedad al no soportar ese dolor tan infernal que se siente al ser violado.
Lo que recibía eran golpes en la cara y la boca para callar mis lamentos lo peor eran las burlas que recibía de las personas que veían esa situación y las cuales no se involucraban por que en el bajo mundo nadie ve o escucha nada.
Al sentirme humillado y vejado volvía a llorar por muchas horas hasta que el sueño me dominaba y todavía con lagrimas rodando sobre mis mejías lograba dormirme esperanzado a que el siguiente día fuera mejor.
Los pocos recuerdos que tengo en mi memoria acerca de mi progenitora y del lugar donde me estaba criando era que se escuchaba mucha música y cuando empezaba a obscurecer nos reunían a todos los niños que allí habían y nos encerraban en un cuarto que estaba en el fondo y separado de los demás.
A los tiernitos les dejaban una agua azucarada y cuando lloraban, los mayorcitos teníamos que dárselas para apaciguarles el hambre y calmarles el llanto, pero muchas veces nos tomábamos el alimento de ellos porque sentíamos la necesidad en nuestro estomago por la falta de alimentos.
En muchas ocasiones comíamos una vez al día lo mas dos veces y sin saberlo optábamos la misma actitud de los polluelos de las águilas, desbarrancan del nido al mas débil para que alcanzara la comida.

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